miércoles, 8 de abril de 2009

CENTENARIO DE YANNIS RITSOS


POESÍA (ANTOLOGÍA). YANNIS RITSOS

En el transcurso del siglo pasado, el mundo vivió en una tensión constante entre civilización y barbarie. La Historia testificó enormes tragedias y grandes esperanzas. La poesía supo estar a la altura de las circunstancias en los momentos más sombríos, aunque B. Brecht enunciara que entonces eran tiempos malos para la lírica, y T. W. Adorno se preguntara cómo era posible la poesía después de Auschwitz. Sin embargo, durante todo el siglo XX, la poesía fue compañera en los procesos favorables y desfavorables del proceso histórico. Muchos poetas se negaron a estar al margen de la defensa de la vida y de la libertad. La poesía, en suma, no se interrogó a sí misma en medio del caos y de la barbarie, en la resistencia y en la liberación porque, muchas veces, estaba en juego el destino de un pueblo. Era poesía en el tiempo, pero para un tiempo concreto.

Un poeta ejemplifica desde sus inicios esta alianza entre el testimonio y el canto, la denuncia y la vocación, el lamento y el sueño. Este poeta se llama Yannis Ritsos.

Su biografía está marcada por una alianza constante con su pueblo, por lo que fue perseguido, desterrado y confinado en varias ocasiones. Nació el 1 de mayo de 1909 en Nonemvasia, un pueblo del Peloponeso (Grecia). Este año, pues, se celebra el centenario de su nacimiento, aunque presentimos que no será muy celebrado. Su adolescencia estuvo marcada por la ruina económica de su familia, las muertes de su madre y hermano mayor, y el internamiento de su padre en una clínica psiquiátrica, acontecimientos que culminan en 1927 con su ingreso en un hospital por estar aquejado de una tuberculosis. Su curación se produciría varios años después, concretamente en 1931, año en que ingresa en el K.K.E.(Partido Comunista de Grecia).

Sus primeras obras, Tractor (1934) y Pirámides (1935), son el principio de una larga carrera literaria, fundamentalmente poética, que llegó a alcanzar más de un centenar de títulos, una prehistoria literaria que entonces anunciaba ya la tendencia que se concretaría y enriquecería años más tarde.

En 1930, publica Epitafio, un largo poema construido en formas populares que expresa el llanto y el dolor de una madre que ha perdido a su hijo, asesinado por las fuerzas represivas, en una manifestación de obreros en la ciudad de Salónica en tiempos de Metaxas. Es en esta época cuando se inicia una larga persecución contra su vida ejemplificada con la quema pública de su primer libro que le obliga a refugiarse en la escritura surrealista como forma de supervivencia artística. Surgen entonces varios títulos como Canción a mi hermana (1937) y Sinfonía de primavera (1938) y La Marcha del Océano (1940).

Antes de proseguir su camino biográfico es necesario recordar la vinculación de Yannis Ritsos con el músico Mikis Theodorakis, que integró su Séptima Sinfonía poemas de los dos últimos títulos citados. Además de esta composición, nacida de la unión de poesía y música, nuestro poeta escribió ex profeso 18 canciones para la patria amarga para ser musicalizadas por su compatriota que, en otras composiciones convirtió y utilizó su poesía en fuente y base de su inspiración musical. Esta vinculación entre poeta y músico propició una divulgación popular de la poesía de Y. Ritsos.

Su compromiso político se intensificó durante la guerra civil que estalló en su país en 1947 y en la que luchó contra la derecha fascista por lo que fue detenido y deportado durante cuatro años a varios campos de concentración. Fue una etapa de gran productividad literaria en la que hay que destacar Distritos del mundo (1949-1951) donde testifica los horrores que se produjeron durante la contienda.

Hasta este momento, su poesía fue había clamado contra el horror y la barbarie con una sintaxis de urgencia que no menoscababa su honda aspiración artística y que adquirirá su cenit de madurez con Sonata del caro de luna (1956), título con el que obtendrá el Premio Nacional de Poesía. Es un largo poema en el que el sujeto poético es una mujer de edad que habla a un hombre joven con el constante ruego - "Deja que vaya yo contigo" - de que le acompañe a abandonar su vieja casa para contemplar la vida. Una alegoría, pues, del cansancio de la ruina y decadencia de un mundo, de un país y de una época. Este libro es también el arranque de una serie de monólogos dramáticos en torno a mitos y personajes de la antigüedad clásica. Y en 1966 publica Romiosini, que fue traducido y publicado en 1977 con el título de Grecidad en español, un canto a la resistencia de lo guerrilleros comunistas durante la invasión nazi. Para M. Fernández Galiano, en estos poemas se encuentra "toda Grecia, la vieja, la pobre, sufrida y rabiosa Grecia de la invasión y la guerra civil." Es una nueva épica en la que los héroes clásicos han sido sustituidos por un héroe colectivo.

Este momento de gran productividad creativa se verá ensombrecida por la Junta militar griega de la Dictadura de los Coroneles (1967-1971). Otra vez el destierro, los campos de concentración y la enfermedad, pero que no le impide proseguir su obra. Es el tiempo de Perséfone, Agamenón, Fedra, Ismeme, Ayax, etc. en los que la reflexión sobre temas esenciales, como la vejez, la muerte y el amor se inscriben dentro de las tensiones dialécticas entre exigencias individuales y compromisos colectivos. Todos estos monólogos dramáticos fuero recopilados en un volumen con el nombre de Cuarta dimensión.

Durante los años siguientes su producción se enriquece y aumenta con la publicación de novelas y ensayos. Su último libro, Tarde, muy tarde en la noche es la premonición de su muerte que ocurre en Atenas el 12 de noviembre de 1990.

Artículo de Antonio José Domínguez, publicado en Mundo Obrero, nº 210, Marzo 2009.


EL POETA DEL ÚLTIMO SIGLO ANTES DEL HOMBRE

En el número anterior de Mundo Obrero, recordábamos al poeta griego Y. Ritsos, nacido en Monemvasia, un pueblo del Peloponeso hace cien años, y explicamos cómo las fuentes de su obra lite­raria fueron su destino biográfico y la historia de su país, hasta tal punto que los contornos de su vida privada quedaban difuminados, cuando no supri­midos, por su ineluctable compromiso político. La dramática historia de Grecia es paralela, en este sentido, a su destino personal. Ritsos es testigo de. la catástrofe del Asia menor en 1922, el régimen fascista de Metaxas (1936-41), las dos Guerras mundiales, la ocupación alemana, la guerra civil (1946-49) y el régimen de los coroneles (1967-1974), al tiempo que vio en su niñez derrumbarse la posición económica y física de su familia, la muer­te prematura de su madre y de Dimitris, su herma­no mayor, el internamiento entre 1927-1931 en un hospital para curarse de una grave enfermedad pul­monar. Sin embargo, tal cúmulo de contingencias no fue obstáculo para afrontar encarcelamientos y exilios a lo largo de su vida. Su militancia comunista desde su juventud fue el pun­to de partida de una extensa obra literaria que mereció la divulgación y acogida por muchos paí­ses del mundo, excepto en España donde sólo conocemos una mínima parte de su obra, al tiem­po que traducía al griego a otros poetas, como Pablo Neruda, Nicolás Guillen, V. Maíakoswki, Block, entre otros.

A Y. Ritsos, en la historia literaria de su país, se le sitúa en la Generación de 1930, grupo del que for­maban parte dos premios Nobel, Odiseas Elytis y Yergos Sefery. Esta Generación supuso una ruptura con la concepción de Grecia sostenida y avalada por las - potencias occidentales y la intelectualidad europea del siglo XIX. Sin embargo, para los poetas de este grupo, sentirse griego conllevaba una nueva visión del mundo y otra manera de relacionarse con la rea­lidad. Esto significa en Y. Ritsos una superación de la tradición para imbricarla en su realidad contemporá­nea. Esta conciencia poética le impidió aferrarse a pautas, consignas y modelos heredados o impues­tos, así como un alejamiento de autocomplacencias románticas. En su poema "Obrero del verbo", cuya traducción se la debemos al poeta cubano Nicolás Guillen, leemos: "Las palabras que él había escrito con tanto celo por años y años, /se habían endure­cido. /Las sentía, bajo sus dedos/ como la pelambre seca u neutra de una bestia muerta./ Sin embargo, continuó su trabajo como de costumbre, /hasta con­fundir la muerte y la inmortalidad, la embriaguez y el olvido. /Pero llegó a poner en claro lo que es exac­tamente el trabajo entre la futilidad y el orgullo. IB sonoro vaivén del péndulo /tema la resonancia de un tambor en la noche, /como si ritmara una mar­cha de soldados somnolientos /entre dos batallas".

Esta larga lucha con las palabras quedó materia­lizada eh dos formas predominantes en su poesía: la epopeya lírica y el soliloquio dramático, aunque aho­ra, los héroes son aquellos luchadores, guerrilleros y partisanos, que luchaban por la libertad, y los perso­najes dramáticos, mitos de las epopeyas y tragedias clásicas, como Fedra, Ismenia, Ayax o Helena que el poeta "contemporaneiza" para desmitificarlos y afir­marlos desde la perspectiva del lector.

Yannis Ritsos murió en 1990. Años antes, había escrito el cantar épico-lírico "El último siglo antes del hombre" en el que poetiza la lucha de los guerrille­ros comunistas contra la invasión nazi y en el que podría habernos dejado su propio epitafio: "Yannis Ritsos -poeta del último siglo antes del Hombre."

Bibliografía: Gracidad y otros poemas. Traducción de Heleni Perdikidi. Prólogo de Manuel Fernández Galiano. Edición Visor. Sueño de un mediodía de verano. Traduc­ción de Selma Añora. FCE. Sonata del daro de luna. Tra­ducción de Selma Ancira. Ediciones Acantilado. Fedra. Traducción de Selma Ancira. Ediciones Acantilado. Ayax. Traducción Selma Ancira: ediciones Acantilado.

Traviesos, callados, pertinaces chiquillos que nunca oímos a nadie, oímos el silencio en plena noche y pro­nunciamos palabras irreconocibles
Aprendimos lo más valioso, lo que no se aprende en los pupitres, sino en las luminosas escuelas de los árboles.

No tendrías razón si dijeras que no hicimos nada v permitimos que la casa se arruinase.
Mira nuestro jardín y di.
¿Acaso no sabes que aunque la casa se cayese que­daría la luz, para enseñarnos a edificar, con un mejor plano, la nueva casa?
Mira nuestras manos de plata que trabajaron en otro campo, otra jornada.
Ahora ve cómo brillan nuestras manos plateadas en la sombra -nuestras manos, que ninguna noche Podrá rendir jamás.

(De "Sueño de un mediodía de verano")

Estos árboles no se conforman con menos cielo,
estas piedras no se conforman bajo los pasos extranjeros,
estos rostros no se conforman más que al sol,
estos corazones sólo se conforman con la justicia.

Este paisaje es duro como el silencio,
aprieta en su pecho sus piedras encendidas,
aprieta en la luz sus huérfanos olivos y viñedos,
aprieta los dientes. No hay agua. Solamente luz.
El camino se pierde en la luz y es plomiza la sombra de la cerca.
Se han petrificado los árboles, los ríos v las voces en la cal del sol.
La raíz tropieza con el mármol. Los lentiscos polvorientos.
El mulo v la roca. Jadean. No hay agua.
Todos tienen sed. Hace años. Todos mastican su amargura con un bocado de cielo.
Sus ojos están rojos por el desvelo,
una profunda línea encajada entre las cejas
como un ciprés entre dos montañas al anochecer.

Su mano está adherida al fusil,
el fusil es la extensión de su mano,
su mano es la extensión de su alma,
sobre sus labios llevan la ira
y llevan la pena muy honda en los ojos
como una estrella en un hoyo de sal.

Cuando aprietan la mano el sol está seguro del mundo,
cuando sonríen una golondrina pequeña sale de su áspera barba,
cuando duermen doce estrellas caen de sus bolsillos vacíos,
cuando mueren la vida toma la pendiente con tambores y banderas.

Hace años que todos tienen hambre, que tienen sed, que mueren sitiados por tierra y mar;
el calor ardiente consumió sus campos y la salmuera roció sus casas,
el viento derribó las puertas y las pocas lilas de la plaza,
por los agujeros de sus abrigos entra y sale la muerte,
su lengua es acre como la nuez de ciprés:
murieron sus perros envueltos en su sombra:
en sus huesos la lluvia golpea.

Arriba en las garitas, inmóviles fuman el estiércol y la noche
y vigilan el mar enfurecido donde se hundió
el mástil roto de la luna.

Se agotó el pan, se agotaron las balas,
ahora sólo con su corazón cargan los cañones.


Helenidad, Fragmento Poema I

El poeta

Aunque hunda su mano en las tinieblas
Su mano no oscurecerá jamás. Su mano
Es impermeable a la noche. Cuando la abandone
(todos la abandonamos un día), imagino que dejará
una cálida sonrisa en este bajo mundo,
una sonrisa que no parará de decir "sí" y otra vez "sí"
a todas las seculares y desmentidas esperanzas.

(De Tarde, muy tarde en la noche)

Artículo de Antonio José Domínguez, publicado en Mundo Obrero, nº 211, Abril 2009.

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